lunes, 12 de diciembre de 2011

De cafeses y cafetes.

O, como también suele llamárseles, cafés. Elemento imprescindible en cualquier universidad, eso está claro. Porque, metiéndote en ese microclima siberiano al que llaman Centro de estudios de Posgrado y Doctorado a las nueve de la mañana, en diciembre, sin algo calentito no aguantas esas cuatro horas y media. No, se te congelan los dedos, te tendrían que amputar las piernas directamente. Lo cual me lleva a un hecho de lo más curioso: creo que no nos consideran seres humanos.

Esta es una de esas cosas que ves venir cuando, en septiembre, te meten en un aula cerrada junto a sesenta personas más. Cuarenta (y pico) grados. Sin aire acondicionado, porque no funciona, o porque han robado cables. Sin ventilación. Pues no, no te consideran humano. Porque el sufrimiento es de débiles, y tú te has matriculado en el grado de Estudios de Asia Oriental. Para haberlo conseguido tienes que ser, como mínimo, un semidios. Y de ahí para arriba. Y, como todos sabemos, los semidioses y demás criaturas divinas no sufren, lo soportan todo.

Cualquiera diría que, bueno, en la transición de verano a otoño, y de otoño a invierno, se estará bien allí, porque las temperaturas bajan. Já. Bajan fuera, no dentro. Ya puedes ir con mangas largas, que dentro vas a tener que ir en tirantas. Y cuando salgas a respirar (porque, recordemos, dentro no hay oxígeno), agárrate. Los listillos podrán decir que, oye, entonces en invierno eso tiene que estar estupendamente, ese calorcito dentro de clase. Já, já. El día menos pensado, se pasa de clima desértico veraniego a clima siberiano invernal. A joderse todos. Porque si no nos pusieron aire acondicionado en verano, en invierno no nos van a poner calefacción.

Pero bueno, volvamos a nuestro mundo de cafés, cafetes y cafeses. Estaba claro que esto no podía seguir así. Tras varios pies congelados y diversos dedos morados, un bello día me decidí a explorar. Me dije a mi misma... Oye, ¿y qué hay más allá del baño? Y allá me aventuré junto con mi compañera, ambas decidimos descubrir nuevos mundos. Y descubrimos, no un nuevo mundo, sino... Café. No una, sino dos máquinas de café. Y una de comida, y otra de bebidas frías. ¡Oh, dios mío! ¡El cielo se ha compadecido de nosotros! Já, já, y já. Estropeadas. Perdimos la esperanza y volvimos a nuestra,  por no llamarla de otra forma, clase. Pero, al día siguiente, una grata sorpresa nos esperaba. Esas pequeñas máquinas de café, esas de las que mi compañero y coautor de este blog hablaba en su entrada "El maravilloso mundo de los fondos sin fondo.". Esas máquinas habían salido adelante como unas campeonas, habían sobrevivido a los monstruos que querían acabar con ellas. Y ahí están, en un pasillo frío. Y, como las queremos tanto, como las visitamos todos los días al menos dos veces y les hacemos compañía, hoy nos han recompensado. Hoy, como las máquinas generosas que son, nos han regalado tres chocolates calientes. Sólo tres, porque no le permitieron regalar más, pero esos tres chocolates que nos calentaron el cuerpo y nos ayudaron a no morir de hipotermia siempre serán recordados.