sábado, 8 de septiembre de 2012

Otra de conserjes

Bueno, seguimos vivos, aunque no lo haya parecido durante estos meses. El segundo cuatrimestre demostró ser un enemigo más fuerte y agotador que el primero, lleno de giros inesperados que restaron tiempo para poder continuar con este proyecto. Pero no creáis que hemos olvidado.

He decidido retomar un poco contando una pequeña aventura donde de nuevo los protagonistas somos los conserjes y yo. Esta vez la historia será más corta que la última.

Un día cualquiera en nuestra aula 2.0, un compañero enchufó su portátil a la pared y por alguna razón (cofcofinstalacionesmásantiguasquelosprofesorescof) aquello no salió bien y el enchufe explotó levemente. De esta parte no fui testigo directa, ya que me encontraba desayunando en ese momento, por tanto al llegar a clase me llamó la atención encontrar las luces apagadas pero no le di más vueltas.

Durante la clase, mi portátil se quejó de falta de batería, lo cual no tenía mucho sentido porque estaba enchufado. Miré al resto de mis compañeros enchufados y efectivamente, ninguno recibíamos corriente. Preguntando, me enteré de lo que había pasado mientras estaba fuera. Al seguir preguntando, me enteré que por alguna razón el delegado no había ido a avisar a nadie, no sé si por desconocimiento o pasotismo.

Tengo algo borroso qué pasó en medio, no recuerdo si vino el conserje al final en mitad de clase o al final, pero todo lo que alcanzó a decirnos es que todo debería funcionar, que todo estaba correcto. Mi cargador por supuesto discrepaba.

Al acabar la clase, me levanté y me atreví a tratar de abrir la caja de los plomos que había allí mismo, esperando encontrarla cerrada con llave. No sé por qué sigo pensando que la gente en este centro trabaja, la caja estaba abierta. Un rápido vistazo a los controles, todos eficientemente etiquetados, me sirvieron para ver enseguida que el problema estaba en que simplemente habían saltado los plomos, el conmutador general se encontraba bajado. Lo subí, temiendo que volviera a saltar lo cual indicaría que el daño habría sido grave, pero no, se quedó conectado y la clase recuperó la luz como si nada hubiera ocurrido. Y no volvieron a saltar en lo que quedó de curso.

Un día de estos debería exigir que me paguen.

Resurrección de entre los muertos...

Muy buenas. Después de este tiempo de pereza, de dejadez y de "deberíamos escribir algo en el blog"... He decidido contaros un poquito más de esta maravilla que es nuestro grado. Porque se nos quedaron muchas cosas en el tintero que, por suerte o por desgracia, os voy a empezar a contar ahora.

Pero por dónde empezar... Quizá por esta asignatura que es Literatura. Lo primero que piensas cuando lees "Literaturas Clásicas de Asia Oriental" es que, ¡oh! ¡Aprenderás sobre la cultura, sobre los libros de Asia!

Iluso. De eso nada. Para empezar, el profesor es un espécimen aparte digno de ser estudiado por cuenta propia. Licenciado en Lengua española, como su título indica, es un magnífico experto en literatura china y japonesa. Nunca olvidaremos sus magistrales clases en las que nos explicaba todo lo que había que saber sobre Jengi Managatari. Espera un momento... ¿Qué?

Exacto. Jengi Managatari. Cuatro meses estuvimos tratando de adivinar exactamente a qué se refería con ese título. Porque, claro está, no podía estar hablando de Genji Monogatari. Vamos, por favor. Pero sí, señores. Jengi Managatari y compañía fueron lo que nos acompañó durante todo el cuatrimestre. No os lo negaré, fueron tiempos difíciles. Invierno, ni una sola corriente cálida que nos salvase de aquellas gélidas corrientes. Si te despistabas y te dormías, podrías no volver a despertar jamás. Siempre cuidamos unos de otros, nos mantuvimos vivos, despiertos, y alejados de la catatonia permanente.

Al hecho de que eso de leer parece que no era el punto fuerte del señor, se suma el hecho de que, por decirlo rápidamente... Ese hombre no tenía ni puta idea. De absolutamente nada. Al principio del curso, dijo que no tendríamos examen, que la evaluación tendría lugar a través de los trabajos que iría mandando, y que debíamos hacer en grupo.

Avanzamos a través de tediosas horas de ganchillo (una hace lo que puede por no entrar en coma) y dedos congelados hasta enero. Entrega de trabajos, las personas de tu grupo pasan olímpicamente de su trabajo y te dejan hacerlo todo, y finalmente has acabado con esa asignatura. Já, já y já.

Publicación de notas, boicot por parte de tus compañeros de grupo y SUSPENDES. Porque, obviamente, uno de tus compañeros ha hablado con el profesor y ha logrado que éste no te escuche y se mantenga en sus trece. Fantástico, trabajos a repetir para septiembre. Y todo esto sabiendo que no has aprendido absolutamente nada de la asignatura.

Superas tu ansia asesina y volvemos a avanzar hasta septiembre. Día de la entrega de trabajos, algunos compañeros han hablado con el profesor, que les ha comunicado que hay que entregar los trabajos el día del examen, a la hora establecida. Tú llegas allí con tus trabajos, tus compañeros llegan con los suyos. El profesor no. Y esperas. Y esperas, y esperas. Media hora más tarde pierdes la paciencia y vas a hablar con el director del centro, que no se cree que el profesor pueda faltar a la entrega así como así.

Y así están las cosas. No sabemos si nuestros trabajos han sido entregados, ni si han podido contactar con el profesor. ¿Sabéis lo mejor? En segundo repite. Nos da la asigantura de Escrituras de Asia Oriental. Una asignatura que podría ser preciosa, totalmente arruinada por culpa de un incompetente que no sabe preparar lo que debe enseñar.

Yo, por mi parte, pienso invertir esas horas en pasar por la cafetería de al lado de la facultad y tomarme un muy merecido desayuno.

PD: Me recuerda mi co-autora Hikari, que debería mencionar que este señor pierde trabajos físicos. Efectivamente, la razón por la que se me suspendió en esta asignatura fue que el profesor perdió dos trabajos que mis compañeros parece ser que habían presentado de manera doble: una por su cuenta y otra como grupo (que había hecho yo en su totalidad). Por lo tanto, el profesor tenía sus trabajos, pero ninguno mío. Y se hizo el milagro.